sábado, 27 de abril de 2013


No se dejen engañar. Lobito era el bueno.
Caperucita era la mala.


Lobito era un cachorrito bueno y lindo que vivía con su madre en su casita aledaña al bosque. Tenía un suave y sedoso pelaje color amarillo tostado que brillaba con la luz del sol, ojos grandes y expresivos que miraban con la característica inocencia de los cachorritos de lobo, y orejas muy sensibles que captaban todos los sonidos del bosque cuando jugaba con sus amigos. Si bien era un bello lobito, lo que más llamaba la atención de él eran su nobleza, su ternura y sus buenos sentimientos hacia todas las personas, en especial hacia su abuelita, que vivía en una pequeña casita en medio de la arboleda, y le había regalado una hermosa capa roja bordada que siempre llevaba puesta cuando salía a caminar. Esa capa era lo que más llamaba la atención en él y por eso todos sus vecinos, sus amigos y los animalitos del bosque le llamaban Lobito Rojo.

Un día se enfermó su abuelita. Tenía una fuerte gripa, con mucha tos y una fiebre muy alta, y cuando lo supo, la mamá de Lobito le dijo: -Llévale este canasto con fruta, miel, pan y leche a tu abuela. Ah, y dale un beso de mi parte y dile que deseo que se mejore pronto-. Como para ir a casa de la abuelita tenían que atravesar la arboleda, la mamá de Lobito le recomendó al niño: -No te distraigas en el bosque. Puede ser peligroso-.

Canasto en mano, Lobito salió muy contento a visitar a su abuelita, pues hacía mucho tiempo no la visitaba. Tomó el camino del bosque hacia la casa de su abuelita enferma, con su linda capa roja puesta. Iba cantando y silbando y mirando la belleza que lo rodeaba, los hermosos colores de las flores, la nitidez de la luz del sol reflejada en las hojas de los árboles, escuchaba el embriagador canto de los pájaros. Lobito Rojo era muy sensible a la belleza de la naturaleza, y sin darse cuenta se distrajo y se fue detrás de un pajarillo que cantaba como las musas de Zeus, y se desvió de la ruta hacia la casa de su abuelita. En un determinado momento, Lobito se dio cuenta que ese no era el sendero que lo llevaría a la casa de la abuela, y se asustó mucho. El pobre cachorro se puso a llorar desconsolado.

En ese momento apareció la malvada Caperucita, una experimentada leñadora del bosque con una inmensa cicatriz en la mejilla derecha, conocida en toda la región por su maldad, por haber sido la amante de dos leñadores, y por los comentarios nunca comprobados de que los había asesinado a ambos, uno a hachazos y al otro lo había desaparecido sin dejar rastro. La malvada mujer había escuchado el desgarrador llanto del niño y, supuestamente con buenas intenciones, le preguntó a Lobito Rojo: -¿Para dónde vas, hermoso Lobito? ¿Acaso estás perdido?-. Él contestó en medio de las lágrimas: -Me dirigía a casa de mi abuelita, que se encuentra muy enferma, a llevarle esta canasta con estas deliciosas frutas, leche, pan y miel que le envía mi mamá. Pero en el bosque me distraje con la belleza de las flores y el hermoso canto de los pajaritos, y me desvié del camino, y ahora no sé cómo llegar a casa de mi abuelita-. Al escuchar la respuesta del inocente Lobito, la malvada Caperucita de saboreó pensando: -“Este bosque es muy grande y este pequeño está perdido. Para llegar a la casa de su abuela hay un camino largo y un atajo. Le indicaré el camino largo, yo tomaré el atajo, y llegaré primero a la casa de la abuela, fingiré ser el pequeño nietecito y cuando ya esté dentro de la casa, mataré a la vieja. Luego, cuando llegue el pequeño Lobito, fingiré ser la abuela y haré seguir al pequeño, y cuando esté adentro lo mataré también con mi machete, y después me comeré las frutas, la leche, el pan y la miel de postre, y suerte es que te digo”-.

Después de tener esos perversos pensamientos, y sin que el pequeño e inocente Lobito sospechara nada, Caperucita le sonrió al atemorizado cachorro pensando que era muy astuta, y le dijo: -Tranquilo, Lobito Rojo, te voy a indicar con mucho gusto el camino para llegar donde tu abuelita. Mira, para llegar, hay dos caminos, te propongo algo: ¿por qué no jugamos a que tú tomas por aquí y yo por allá, a ver cuál de los dos llega más rápido? ¿Qué te parece?-. Lobito Rojo aceptó la propuesta, sin sospechar las oscuras intenciones de la malvada mujer. Por eso, inocentemente, tomó el camino que le indicaba Caperucita que, por supuesto, era el más largo y peligroso. Mientras Lobito se fue contento y un poco distraído, Caperucita tomó el atajo y, yendo en su vieja camioneta en la que transportaba los árboles cortados a lo que daba el acelerador, llegó en un dos por tres a la casa de la abuela de Lobito. Tocó suavemente a la puerta de la pequeña casa: -¿Quién es?-, dijo desde adentro la voz temblorosa de una anciana. Y Caperucita, fingiendo la voz de Lobito, dijo: -Abuelita, soy yo, Lobito, ábreme, por favor, que te traigo una canasta con frutas, leche, pan y miel que te envía mi mamá-. Sin dudarlo, la abuelita desde la cama, tiró de la cuerda atada al seguro de la puerta y abrió. –Sigue, Lobito- le dijo. La abuelita, bastante cegatona, intentó ponerse sus gafas, pero no las encontró. Entonces, Caperucita se le acercó y la abuela le dijo: -Lobito, acércate un poco más, que no logro verte bien-. Cuando Caperucita estuvo más cerca, la abuela le dijo: - Pero, nieto mío, ¡cómo has crecido! Déjame tocarte-. Y estirando una mano temblorosa e inestable, la anciana tocó los ojos de Caperucita:

-¡Pero que ojos tan grandes tienes!-. -¡Son para verte mejor!– dijo la malvada mujer.
-¡Y qué orejas tan grandes!-. -¡Son para escucharte mejor!-
-¡Y qué brazos tan fuertes!-. -¡Son para abrazarte mejor!-
-¡Y qué manos tan grandes y fuertes tienes, Lobito!-. -¡Son para matarte mejor!- dijo la malvada Caperucita, mientras se lanzaba sobre la indefensa mujer y con un violento corte del machete en la garganta la mató. Lo más rápido que pudo, limpió la sangre y escondió el cadáver de la anciana en el armario, se vistió con ropa de la abuelita y se acostó en la cama.

Al poco tiempo llegó Lobito, quien se extrañó al ver la puerta de la casa de su abuelita entreabierta. Entró, se acercó a la cama de su abuelita y le dijo: -Abuelita, te traigo una canasta con fruta fresca, leche, pan y miel-. Caperucita, fingiendo la voz de la abuela de Lobito, contestó: -Gracias, hijo. Déjala encima de la mesa-. En ese momento Lobito, confundido por la extraña apariencia de su abuelita, le dijo:

-¡Pero qué ojos tan grandes tienes, abuelita!-. La malvada Caperucita le contestó, fingiendo de nuevo la voz de la anciana: -¡Son para verte mejor, hijo mío!-
-¡Y qué orejas tan grandes!-. -¡Son para escucharte mejor!-
-¡Y qué brazos tan fuertes!-. -¡Son para abrazarte mejor!-
-¡Y qué manos tan grandes y fuertes tienes, abuelita!-. -¡Son para matarte mejor!- dijo Caperucita, ya sin preocuparse por parecer la enferma abuela, y se le lanzó a Lobito. Él, aterrado, intentó escapar corriendo y gritando con todas sus fuerzas, mientras la malvada Caperucita blandía su machete con la intención de matarlo.

Sin embargo, en la soledad de aquella desolada y apartada comarca del bosque parecía que nadie le escuchaba. Tal vez los ángeles que protegen a todos los niños estaban atentos al drama que se desarrollaba en esa casita, pues de un momento a otro apareció un guardabosques que venía de la parte alta de la montaña y pasaba cerca de la casa de la abuela de Lobito, y escuchó los desesperados gritos del pobre cachorrito. Sin pensarlo dos veces, el hombre decidió ir en su auxilio. Antes de acercarse a la casa, tomó su radio y pidió refuerzos a la base de los guardabosques. Cuando llegó a la casa de la abuela, el guardabosques vio la puerta entreabierta y pensó lo peor cuando no escuchó más gritos desesperados. Al entrar, vio que Caperucita se disponía a asesinar a Lobito con su machete. Antes de que pudiera hacerlo, el guardabosques desenfundó su 9 milímetros y le gritó: -¡Quieta. Deja ese machete en el suelo y apártate, Caperucita! Llevamos varios años detrás de ti, y por fin te capturamos-. Pocos minutos después, llegaron dos vehículos de los Guardabosques Locales, y arrestaron a la malvada Caperucita, que tenía varias órdenes de captura. El sargento de los guardabosques le dijo: -De esta sí no te salvas. Te capturamos con las manos en la masa. Te van intento de homicidio y porte ilegal de armas-.

Unas horas más tarde, Lobito, ya recuperado del aterrador susto de verse al borde de la muerte, se encontraba con su abuelita en la pequeña casa del bosque, comiéndose un delicioso pastel de chocolate con una humeante jarra de chocolate caliente. Se supo muchos años después que la malvada Caperucita aun estaba purgando una muy larga pena de prisión.

¡¿Sí ven?! No crean todo lo que dicen los cuentos infantiles. Lobito era el bueno. Caperucita era la mala.


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